CAPITULO II
2. EL PROBLEMA DE LA PSICOLOGÍA:
Los Estados Unidos de Norteamérica se hallaron durante el siglo XIX bajo el influjo filosófico de Europa: primero de Inglaterra, después de Francia y Alemania. Como es natural, esto se reveló también en la psicología. La primera producción original e interesante, en psicología y filosofía de Norteamérica, fue la de William James, que, sin embargo, se formó bajo diversas influencias europeas (de Renouvier, de Lotze, de Wundt y otros). De los psicólogos experimentales norteamericanos ya hablamos con motivo de la exposición de las corrientes que inmediatamente enlazan con Wundt.
Dentro de las direcciones introspectivas que aspiran a comprender la vida psíquica en su propia e inmediata esencia, ocupa un lugar preeminente W. James, y por esto lo consideramos en un capítulo aparte. Además de su obra como psicólogo, debe recordarse su creación de la filosofía pragmatista o que considera la práctica, la acción, como la que decide del valor de los conocimientos, o sea de su verdad. Verdadero es lo que lleva en la acción al resultado apetecido. Naturalmente que no corresponde aquí tratar del pragmatismo, y basta, por lo tanto, con esta breve indicación, necesaria a veces, para entender lo que sigue: de todas las afirmaciones decidirá la experiencia, es decir, su realización en ella.
Lo importante y original de W. James está no tanto en el planteamiento del problema de la psicología, como en los finos análisis introspectivos que ha llevado a cabo en la psicología general y en la de la religión. En estos análisis ha tratado de sorprender la actividad psíquica en su fluir vital, en sus palpitaciones, expresándonos de una manera figurada; que la actividad mental es algo vivo y fluyente, y no algo fijo y esquemático, es precisamente una afirmación capitalísima de su psicología y de gran influjo. En consecuencia de ello, ha tratado de exponer, con una brillante forma literaria, este fluir y palpitar del espíritu. En resumen: también el espíritu es vida, y es preciso sorprenderlo y seguirlo en este vivir.
Al ocuparnos de W. James, estudiaremos sucesivamente tres grandes cuestiones, a saber: el planteamiento del problema de la psicología, las características de la actividad mental y la psicología de la religión. Para nosotros es de capital importancia la segunda cuestión, tanto por radicar en ella lo capital de toda la psicología como por el influjo que en este respecto James ha ejercido. Comenzamos con el problema general de la psicología.
Dice James una vez que el asunto de la psicología «es, usando los términos de Ladd, la descripción y la explicación de los estados de conciencia». Para hacer esto es preciso situarse en medio de la experiencia psicológica, de los hechos de conciencia; pues en la experiencia física, en la esfera de los fenómenos físicos, la conciencia, la conducta de los hombres y los animales resulta inexplicable, ya que dicha conducta es irreductible a mecanismos reflejos; hay en ella, como factor, la idea (representación) según nos lo muestra la realidad. Por consiguiente, debemos dirigirnos a la actividad mental misma para estudiarla. Sin embargo, es un dato de la experiencia, y que hemos de aceptar, el de la relación de la vida mental con el cerebro en muchos casos. A veces, pues, lo cerebral, lo fisiológico, nos dará la clave de fenómenos psíquicos por ser la causa de ellos.
Por otra parte, W. James considera a la psicología como una ciencia natural; pero el sentido que da a dicho término es meramente metódico, es decir, expresa sólo que la psicología procede de aquella manera general empírica y provisoria, propia de las ciencias naturales, aunque tenga una experiencia distinta por objeto. Así, James considera que la psicología, como ciencia natural, «es un cuerpo provisorio de verdades relativas a los estados de conciencia». Toda ciencia particular o toda ciencia natural, lo que para James parece ser lo mismo, es provisoria, a diferencia, de la filosofía, ciencia general o universal y que pretende tener un carácter no provisorio, sino definitivo. Este mismo carácter provisorio distingue, pues, la psicología de la filosofía, ya que la psicología supone sin examinarlos, y para sus ulteriores investigaciones, postulados de índole filosófica. Estos postulados son dos, a saber: 1. º, existen estados mentales, cambiantes, de conciencia; 2.º, dichos estados nos hacen conocer cosas o fenómenos físicos, que se hallan más o menos remotos de nosotros, en el espacio y en el tiempo. Los estados mentales pueden ser tanto los nuestros presentes y pasados como los de otros hombres. El examen de estos postulados, que evidentemente exige la psicología, no pertenece a esta ciencia, sino a la filosofía.
Según lo que acabamos de decir, es comprensible que James considere que existe una estrecha relación entre la conciencia y su medio, hasta tal punto, que sería una abstracción violenta considerar a aquélla fuera del medio en que se desenvuelve. El tejido de sucesos que encontramos en el fluir de la conciencia, y que se presenta en una expansión evolutiva, no se comprende si no se tienen en cuenta todas las circunstancias en que la evolución se verifica, y esto porque la vida mental es, ante todo, finalidad, es decir, tiende a conservar la vida total del individuo. «Nuestras diversas maneras de sentir y pensar han llegado a ser lo que son, porque nos sirven para modelar nuestras reacciones en el mundo exterior». Por esto estima James como una fórmula de las más fecundas en psicología, la de Spencer, quien afirma que la vida mental es una «adaptación de las relaciones internas a las relaciones externas». Si la actividad de conciencia está mal adaptada, puede llevar a la destrucción del sujeto. Precisamente las enfermedades mentales consisten en esta desadaptación, que constituye su característica. La psiquiatría, una «rama de la Psicología», estudia esta vida mental no adaptada y perniciosa.
Ya por lo anterior se puede suponer que el método de la psicología para W. James es esencialmente la introspección, la visión penetrante de lo consciente, de la actividad psíquica. Es lo único que nos la puede presentar en su realidad inmediata, que es precisamente a lo que aspiramos. Todo otro método tendrá sólo un valor preparatorio, auxiliar, y por lo tanto insuficiente. De hecho, James ha aprovechado las investigaciones experimentales de otros psicólogos, pero basándose siempre en la introspección.
Los Estados Unidos de Norteamérica se hallaron durante el siglo XIX bajo el influjo filosófico de Europa: primero de Inglaterra, después de Francia y Alemania. Como
es natural, esto se reveló también en la psicología. La primera producción original e interesante, en psicología y filosofía de Norteamérica, fue la de William James, que, sin embargo, se formó bajo diversas influencias europeas (de Renouvier, de Lotze, de Wundt y otros). De los psicólogos experimentales norteamericanos ya hablamos con motivo de la exposición de las corrientes que inmediatamente enlazan con Wundt.
Dentro de las direcciones introspectivas que aspiran a comprender la vida psíquica en su propia e inmediata esencia, ocupa un lugar preeminente W. James, y por esto lo consideramos en un capítulo aparte. Además de su obra como psicólogo, debe recordarse su creación de la filosofía pragmatista o que considera la práctica, la acción, como la que decide del valor de los conocimientos, o sea de su verdad. Verdadero es lo que lleva en la acción al resultado apetecido. Naturalmente que no corresponde aquí tratar del pragmatismo, y basta, por lo tanto, con esta breve indicación, necesaria a veces, para entender lo que sigue: de todas las afirmaciones decidirá la experiencia, es decir, su realización en ella.
Lo importante y original de W. James está no tanto en el planteamiento del problema de la psicología, como en los finos análisis introspectivos que ha llevado a cabo en la psicología general y en la de la religión. En estos análisis ha tratado de sorprender la actividad psíquica en su fluir vital, en sus palpitaciones, expresándonos de una manera figurada; que la actividad mental es algo vivo y fluyente, y no algo fijo y esquemático, es precisamente una afirmación capitalista de su psicología y de gran influjo. En consecuencia de ello, ha tratado de exponer, con una brillante forma literaria, este fluir y palpitar del espíritu. En resumen: también el espíritu es vida, y es preciso sorprenderlo y seguirlo en este vivir.
Al ocuparnos de W. James, estudiaremos sucesivamente tres grandes cuestiones, a saber: el planteamiento del problema de la psicología, las características de la actividad mental y la psicología de la religión.
Para nosotros es de capital importancia la segunda cuestión, tanto por radicar en ella lo capital de toda la psicología como por el influjo que en este respecto James ha ejercido. Comenzamos con el problema general de la psicología.
Dice James una vez que el asunto de la psicología «es, usando los términos de Ladd, la descripción y la explicación de los estados de conciencia». Para hacer esto es preciso situarse en medio de la experiencia psicológica, de los hechos de conciencia; pues en la experiencia física, en la esfera de los fenómenos físicos, la conciencia, la conducta de los hombres y los animales resulta inexplicable, ya que dicha conducta es irreductible a mecanismos reflejos; hay en ella, como factor, la idea (representación) según nos lo muestra la realidad. Por consiguiente, debemos dirigirnos a la actividad mental misma para estudiarla. Sin embargo, es un dato de la experiencia, y que hemos de aceptar, el de la relación de la vida mental con el cerebro en muchos casos. A veces, pues, lo cerebral, lo fisiológico, nos dará la clave de fenómenos psíquicos por ser la causa de ellos.
Por otra parte, W. James considera a la psicología como una ciencia natural; pero el sentido que da a dicho término es meramente metódico, es decir, expresa sólo que la psicología procede de aquella manera general empírica y provisoria, propia de las ciencias naturales, aunque tenga una experiencia distinta por objeto. Así, James considera que la psicología, como ciencia natural, «es un cuerpo provisorio de verdades relativas a los estados de conciencia» (3). Toda ciencia particular o toda ciencia natural, lo que para James parece ser lo mismo, es provisoria, a diferencia, de la filosofía, ciencia general o universal y que pretende tener un carácter no provisorio, sino definitivo. Este mismo carácter provisorio distingue, pues, la psicología de la filosofía, ya que la psicología supone sin examinarlos, y para sus ulteriores investigaciones, postulados de índole filosófica. Estos postulados son dos, a saber: 1.º, existen estados mentales, cambiantes, de conciencia; 2.º, dichos estados nos hacen conocer cosas o fenómenos físicos, que se hallan más o menos remotos de nosotros, en el espacio y en el tiempo. Los estados mentales pueden ser tanto los nuestros presentes y pasados como los de otros hombres. El examen de estos postulados, que evidentemente exige la psicología, no pertenece a esta ciencia, sino a la filosofía.
Según lo que acabamos de decir, es comprensible que James considere que existe una estrecha relación entre la conciencia y su medio, hasta tal punto, que sería una abstracción violenta considerar a aquélla fuera del medio en que se desenvuelve. El tejido de sucesos que encontramos en el fluir de la conciencia, y que se presenta en una expansión evolutiva, no se comprende si no se tienen en cuenta todas las circunstancias en que la evolución se verifica, y esto porque la vida mental es, ante todo, finalidad, es decir, tiende a conservar la vida total del individuo. «Nuestras diversas maneras de sentir y pensar han llegado a ser lo que son, porque nos sirven para modelar nuestras reacciones en el mundo exterior». Por esto estima James como una fórmula de las más fecundas en psicología, la de Spencer, quien afirma que la vida mental es una «adaptación de las relaciones internas a las relaciones externas». Si la actividad de conciencia está mal adaptada, puede llevar a la destrucción del sujeto. Precisamente las enfermedades mentales consisten en esta desadaptación, que constituye su característica. La psiquiatría, una «rama de la Psicología», estudia esta vida mental no adaptada y perniciosa.
Ya por lo anterior se puede suponer que el método de la psicología para W. James es esencialmente la introspección, la visión penetrante de lo consciente, de la actividad psíquica. Es lo único que nos la puede presentar en su realidad inmediata, que es precisamente a lo que aspiramos. Todo otro método tendrá sólo un valor preparatorio, auxiliar, y por lo tanto insuficiente. De hecho, James ha aprovechado las investigaciones experimentales de otros psicólogos, pero basándose siempre en la introspección.
2.1. CARACTERISTICAS DE LA CONCIENCIA
Después de estas breves indicaciones acerca del problema de la psicología, y según nuestro plan anterior, pasamos a la segunda cuestión, o sea a la descripción de la actividad mental, cuestión que, como se dijo, está tratada con gran penetración y finura. Se quiere aquí lograr (como ya vimos también en Lipps) una imagen de la vida del espíritu sin falseamiento alguno determinado por equivocadas analogías. En algunos puntos indicaremos cómo en psicólogos, cuyas ideas se han expuesto anteriormente, se halla la corrección de ciertas afirmaciones de W. James. Pero antes debemos ver el sistema de la psicología de éste.
Se ha criticado por no ser sistemático a James, quien ha replicado que la exposición seguida en sus libros daba lugar a suponerlo porque estaba hecha con un fin pedagógico, pero que el sistema no faltaba. Sin embargo, es difícil hallar en él un lugar donde la cuestión del sistema sea tratada.
La actividad psíquica es toda ella conocimiento; sus diferentes aspectos son diversos modos de conocer los objetos. Así, James representa un punto de vista (superado ya) intelectualista. Hay un hecho fundamental de la conciencia: la atención, que no es un modo de conocer, sino una ley general de todo conocimiento. De aquellos modos de conocer enumera James los siguientes:
1. sensaciones elementales y sensaciones de la actividad personal
2. emociones, deseos, instintos, ideas de valor, ideas estéticas
3. ideas de espacio, de tiempo y de número
4. ideas de diferencia y semejanza y sus grados
5. ideas de dependencia causal entre los sucesos, de fin y medio, del sujeto y sus atributos
6. juicios acerca de las ideas anteriores (afirmación, negación, suposición)
7. juicios de juicios. Sería imposible buscar una raíz común de estos sucesos de conciencia, pues James piensa que lo más exacto es considerar su origen común, aun misterioso.
Es esto conclusión lógica de su concepción de lo psíquico; ya que no puede explicarse por síntesis, donde una diversidad cualitativa se presenta, nos hallaremos ante elementos irreductibles. El empeño de ver tan sólo conocimiento en el espíritu, le hace negar un contenido afectivo de la conciencia como aspecto originario. Hay casos en lo mental que parecen deberse a enlaces de ideas; tal, por ejemplo, la asociación de éstas en la memoria. No pudiendo aquí encontrar una explicación psicológica, recurre a una fisiológica, en virtud de la cual las leyes de asociación son leyes cerebrales, fisiológicas, que condicionan nuestra actividad psíquica. Es esto posible para James porque admite una causalidad psicofísica. En cuanto a su intelectualismo puede realizarse porque considera los sentimientos como una especie de sensaciones orgánicas. Lo característico de la emoción o del sentimiento es su expresión fisiológica; la percepción en la conciencia de esta expresión es lo que constituye el hecho psíquico de la emoción. Así dice: no lloramos porque estamos tristes, sino que estamos tristes porque lloramos. Esta teoría ha sido refutada por análisis empíricos más delicados.
Las características de la conciencia que James considera en su descripción son las siguientes:
1. lo psíquico no es agregado de partes
2. la conciencia tiende a ser personal
3. los contenidos de conciencia se hallan en un fluir perpetuo
4. continuidad de la actividad mental
5. la conciencia es conocimiento
6. la conciencia es selectiva. Junto con esto estudiaremos los puntos de vista de James relativos al Yo y la personalidad, pues se hallan implicados ya en aquellas características. Dichos puntos de vista son particularmente interesantes en la psicología contemporánea. Comenzamos con la primera característica.
Lo psíquico no es un agregado de partes. El asociacionismo ha intentado considerar lo psíquico como una combinación (sucesiva o simultánea) de últimos elementos. Modelo para esto fueron las hipótesis atomísticas de la química; como todo fenómeno químico surge de la combinación de átomos, los fenómenos mentales serían el resultado del entretejerse de elementos de la conciencia. Ha de tenerse en cuenta que al hacer esta afirmación aventuramos tan sólo un supuesto, o una hipótesis.
Cuando criticamos una hipótesis, debemos mostrar ante todo que su base es insuficiente y, después, que no explica los hechos para los cuales ha sido ideada. Desde ambos puntos de vista critica W. James el asociacionismo y toda psicología constructiva en general.
Primeramente discute James la base de la hipótesis asociacionista. Se pretende en ella transportar las leyes halladas en la memoria (de asociación de ideas) a todo el dominio de lo psíquico y se pretende que rigen aún en esferas tan diferentes de las de la memoria como son las sensaciones, en las cuales se muestra, al decir de algunos psicólogos, un agregado de partes. Así pensaba Spencer, quien pretendía, partiendo del análisis de las sensaciones auditivas, que toda sensación era una suma de shocks. El interés capital de este punto de vista consistía en hallar un hecho que mostrase que esto era exacto; pero tal hecho no existe, y si llega Spencer a su citada conclusión es por hacer de la sensación una copia exacta del excitante, que es efectivamente un agregado. A esto, sin embargo, no nos conduce la experiencia, ni nuestro saber físico, ni el rigor lógico. Hay, en verdad, casos de pretendida fusión de sensaciones, pero estos casos no lo son de fusión de elementos de conciencia, sino siempre de elementos fisiológicos. La fusión es, pues, según W. James, siempre fisiológica en último extremo. Lo mismo que sucede en el caso particular de la sensación, sucede en el resto de la actividad mental; no hallamos en ella nada que nos muestre la existencia de partes o de elementos aislados y últimos. La observación interna no nos hubiera llevado por sí a suponerlas; hemos podido únicamente hacerla orientándonos en la realidad física y tomándola por modelo.
James mostrará ahora también que la hipótesis asociacionista es incapaz de explicar la diversidad de la actividad mental. Los elementos, al combinarse formando complejos, deben explicar la multiplicidad cualitativa o variedad de la conciencia. Ahora bien; los elementos, al mezclarse, no producen jamás, ni en el mundo de la naturaleza ni en el del espíritu, una nueva cualidad. Si decimos que surgen cualidades diferentes en las combinaciones químicas es porque los elementos que se combinan actúan de un modo diverso sobre los sentidos. Para que algo análogo sucediese, habría que suponer un sujeto sustancial, sobre el que actuasen los elementos psíquicos combinados, produciendo así nuevos efectos. Mas ha de tenerse en cuenta que estos nuevos efectos psíquicos no serían ya agregados de estados simples de conciencia. Por otra parte, como veremos más adelante, nada en la experiencia justifica el supuesto de un sujeto substancial, sustrato de los estados de conciencia. El alma es idéntica con éstos. La hipótesis asociacionista no explica aún algo muy capital, a saber: el carácter unitario de todo fenómeno de conciencia, de un pensamiento, de un concepto, de una sensación. Si se tratase de un agregado en los fenómenos del espíritu, no habría en ellos más que multiplicidad, pero nunca aquella unidad que el suceso mental nos presenta.
La vida mental, por consiguiente, aparece, no como un agregado de partes, sino como un algo unitario y meramente cualitativo.
La conciencia tiende a ser personal. «Todo pensamiento forma parte de una conciencia personal». Esto quiere decir simplemente que no existen hechos de conciencia aislados, sino que cada hecho de conciencia se presenta en un enlace con otros hechos de conciencia, ofreciéndose como miembro de la conciencia de un Yo. Estos sujetos se dan separados unos de otros. Así, pues, consiste la concepción del mundo de los espíritus, mantenida por W. James, en un pluralismo. No se trata de ningún supuesto, sino sólo de un hecho, porque el hecho general que estudia la psicología no es la conciencia, sino la conciencia personal.
2.2. EL FUIR DE LA CONCIENCIA
Los contenidos de la conciencia se hallan en un fluir perpetuo. Esto quiere decir que ningún estado mental puede volver a ser lo que ha sido. Ofreciendo, pues, la actividad mental una novedad perpetua, no parece pueda ser objeto de investigación; pero téngase en cuenta que nada hay tampoco idéntico en la naturaleza, en la que las condiciones de los fenómenos son siempre distintas; basta, pues, que existan semejanzas para establecer leyes, y estas semejanzas si existen en el espíritu. La variabilidad de los contenidos de la conciencia ha sido explotada hasta la saciedad en la literatura (la tristeza del pasado que no vuelve, por ejemplo). Para el asociacionista no se trataría aquí más que de nuevas combinaciones; para James es un verdadero progreso el que tenemos presente e indica los motivos que nos llevan a pensar que la actividad mental es mudable y cambiante. Todos ellos pueden resumirse en el influjo del pasado sobre el presente. Ya fisiológicamente es comprensible que las sensaciones, sentimientos y el resto de lo psíquico cambien de continuo, pues el sistema nervioso, tanto los sentidos como los nervios y los centros, se va alterando con su función, y ésta es por lo menos una condición de aquellos estados de conciencia. El examen de la actividad mental misma nos lleva a apreciar un idéntico proceso de cambio. Así, en el dominio de la sensación, que parece menos sujeto a variaciones, una serie de hechos nos revela el cambio de la sensibilidad, pues son bien conocidos los efectos del contraste, de la fatiga, y cada uno de estos efectos está condicionado por otros anteriores de modo que siempre tiene que contener algo nuevo. El dominio de los afectos (sentimientos) nos ofrece aún un cambio más evidente. ¿Quién siente en la vejez lo mismo que en la adolescencia? ¿quién en la niñez lo mismo que en la edad madura? La modalidad afectiva del hombre cambia notablemente con el tiempo, como es sabido por experiencia de cada uno. En la vida superior del espíritu, o que suele llamarse superior, este mismo cambiar es evidente; no depende de nosotros ver un problema de idéntica manera. En el transcurso del tiempo cada problema va tomando diferentes aspectos y presentándose en diferentes relaciones.
La continuidad de la conciencia significa que en toda conciencia personal la vida mental es sensiblemente continua. Como es natural, la continuidad sólo puede establecerse entre los momentos del fluir de cada conciencia, no entre las diversas conciencias, que son mundos habitualmente separados entre sí. Dentro de cada conciencia la interrupción de la corriente mental puede ser doble. Por una parte, puede la interrupción consistir en un intervalo de tiempo en que nada suceda. Por otra, puede consistir en un cambio brusco de la conciencia en cuanto a la cualidad de los procesos mentales. Así, para que exista la continuidad en la conciencia, es preciso que aquellos intervalos vacíos (por ejemplo, el sueño) no cuenten para nada en la actividad del espíritu y que todo cambio cualitativo sea gradual. Ha de tenerse en cuenta que no se trata aquí de un problema de metafísica, sino de psicología, y que hemos de estudiar tan sólo los datos de la conciencia; éstos nos dirán si existen o no interrupciones en el curso de la actividad del espíritu.
En cuanto a las interrupciones temporales que consisten en fragmentos de tiempo vacíos (sueño, hipnosis, vahídos y otros), no son tales interrupciones si se las considera desde la conciencia, pues los dos momentos terminales del cesar y comenzar la conciencia se enlazan entre sí. Qué es lo que los une, intenta explicarlo W. James con una comparación: tienen un tono común, un cierto calor vital común; en resumen, diremos nosotros, una relación personal común. Tampoco existen Interrupciones cualitativas; es decir, no se presenta una nueva cualidad de una vez y repentinamente a nuestra conciencia. Entre dos momentos distintos de la conciencia hay siempre un tránsito, un momento intermedio, y ese tránsito es también un elemento de la conciencia.
Que la vida mental sea un fluir perpetuo, no quiere decir que todo momento del fluir de la conciencia tenga igual valor. Hay en él elementos substantivos, acentuados, y elementos o estados transitorios. Como los primeros son los que prácticamente nos importan, fijamos en ellos la atención, y surge aquí la concepción de la vida psíquica como un agregado de elementos o momentos bien definidos. Los estados transitorios son, como es natural, muy difícilmente asequibles a la observación interna, pero son bien conocidos por cada uno de nosotros. Estados mentales transitorios son, por ejemplo, los de expectación, de busca de un determinado recuerdo. También pertenece a este grupo lo que llamamos la intención de una frase, cuando al leerla se da como anticipada, aún sin concretarse. Según James, dos tercios de nuestra actividad mental están constituidos por estados transitorios, y sin tenerlos en cuenta la actividad mental es incomprensible. Los estados transitorios que James indica son: 1.º, el estado de expectación. Al oír, por ejemplo, la palabra ¡Mira! ¡Oye! u otra análoga, tomamos una actitud expectante; sin embargo, en nuestra conciencia no hay imágenes y nada se ha concretado en ella todavía; 2, º, el buscar un recuerdo que no se presenta totalmente a la memoria; como decimos en castellano: «lo tenemos en la punta de la lengua», pero no sabemos ciertamente qué es. La imagen se halla, pues, en creación, en formación. 3.º, el grupo más importante de los fenómenos transitorios de conciencia es el de las relaciones lógicas. Este problema se halla en conexión con el de la psicología del pensar. Hay en éste puntos de apoyo concretos (preceptos, ideas); los tránsitos en él son meras relaciones. Así, las palabras Como, Cuando son claramente entendidas y no expresan más que tránsitos. Esto explica que pueda existir un pensar pobre en imágenes (con referencia a Galton).
Nada nos importan en la práctica de la vida estos estados transitorios, y por esto ni siquiera los retenemos en la memoria; pero en cambio nos importa el resultado de estos tránsitos. De aquí que la psicología los haya ignorado; sin embargo, lo capital es el fluir, que hemos de estudiar para conocer cada una de sus fases. El carácter de muchas de éstas no proviene precisamente más que de hallarse empotradas en aquel fluir. Así, el concepto surge mediante una franja psíquica, es decir, por la revivificación de imágenes que quedan en la oscuridad de la conciencia (lo que constituye una forma de la antigua teoría de Berkeley y Hume de la representación). La intención, la dirección de la conciencia se debe, también, a una franja (frange); es decir, a estados de conciencia que se despiertan, que se inician, que comienzan.
2.3. EL YO Y LA PERSONALIDAD
La conciencia se refiere a objetos, o sea el pensamiento humano se refiere a objetos independientes de él, es cognoscitivo o posee la facultad de conocer. La referencia a un objeto no supone ninguna concepción metafísica o trascendente de éste. El objeto, independiente de nuestro pensar, nace lógicamente de la necesidad de explicar la coincidencia de pensamientos en las diversas conciencias: exige, pues, una evolución mental determinada. El primer grado de esta evolución (quizá el primer estadio mental del niño) lo experimentamos de nuevo en los casos de conciencia muy disminuida (por ejemplo, en la última etapa consciente de la anestesia total por el cloroformo, donde la conciencia de lo objetivo cas desaparece). La psicología se coloca, como otras muchas ciencias, en un punto de vista ingenuo con respecto a la existencia de los objetos, admitiéndola en el sentido corriente: existen en torno nuestros objetos que percibimos. El mundo externo puede ser admitido sin más por ella. Lo que quiere declararse al hablar de objeto en psicología es que todo pensar tiene una referencia objetiva. Un objeto sustantivo, rígido; no es admisible, pues todo el pensar que traduce maneras de ser del objeto tiene el derecho de ser considerado como objeto. Realmente estas sutiles articulaciones del pensamiento se pierden para la memoria que nos conserva sólo el resumen, el último estadio del pensar. A lo más, mediante el lenguaje podemos retener algunas de aquellas articulaciones, conservando en la memoria la frase entera. La memoria, pues, favorece la ilusión, por sus omisiones, de que pensamos un objeto fijo y único.
Un pensamiento no es nunca un complejo de asociaciones como los partidarios de la psicología asociacionista han supuesto. Habrá siempre una síntesis de elementos, pero es evidente que su multiplicidad no dará nunca lugar a la unidad. La observación nos muestra que al pensar hallamos un único pensamiento diferentemente acentuado en el transcurso del tiempo.
La conciencia es selectiva, o, lo que es lo mismo, la conciencia se halla siempre interesada de un modo más intenso en alguno de sus contenidos, y admite o rechaza, o sea elige, continuamente lo que piensa. Mediante el mecanismo de la atención, la conciencia es electiva. Aun antes de la conciencia, los sentidos lo son ya por su estructura anatómica; sólo reciben ciertos excitantes. De las sensaciones, únicamente algunas son atendidas, en general las de carácter objetivo; sólo algunas también se agrupan en preceptos, y sólo algunos de éstos se toman como representantes de los objetos. Hasta el mundo de los objetos de cada uno depende de la atención. El pensamiento tan sólo elige el debido término medio; el arte es elección de valores estéticos, y la ética, elección de motivos de la voluntad. Por último, la personalidad lleva consigo una elección característica: la de la realidad, que cada hombre considera como perteneciéndole a sí mismo, el Yo en sentido amplio.
Ya hemos visto que James ha hablado del Yo y la personalidad al fijar los caracteres de la actividad mental, al indicar el carácter personal de la conciencia y su continuidad, al referirse a la atención. En estos casos se exponía el hecho del Yo y la personalidad, pero no se daba cuenta de él; es preciso, pues, estudiarlo ahora. En su teoría con respecto de él, como en tantos otros casos, fue James un precursor. Introduce en sus Principios de Psicología un largo capítulo dedicado a discutir el concepto del Yo, cosa en su tiempo desusada. La solución que da al problema, aunque no muy radical, era, sin embargo, un firme camino para la investigación del porvenir.
El problema, según W. James, contiene en sí dos cuestiones diferentes que han sido distinguidas en la historia de la psicología. Por una parte nos hallamos con nuestra propia persona, o, como se la ha llamado, con nuestro Yo empírico. Determinar su estructura y su extensión es uno de los problemas; a saber: el problema del Yo empírico. Esta persona es conocida por nosotros y es, por lo tanto, objeto de un sujeto cognoscente, permanente e idéntico. El problema que nos pone la existencia de este sujeto cognoscente es el del Yo puro; tiene dicho problema otra formulación: el problema del alma. Efectivamente; el Yo puro ha aparecido en la historia de la filosofía como un alma sustancial, un soporte de la corriente de la actividad del espíritu. Así podemos pensar que el Yo puro, o es el substrato de la corriente de la conciencia, o es idéntico con ella. Para James el problema se pone en la siguiente forma: ¿hay además de la personalidad empírica, del Yo empírico, un Yo trascendente? James no podía librarse del todo de su época, que tendía a ver en el Yo puro un agregado de elementos psíquicos. Para él, este Yo puro es algo más, pero coincide, en parte, con la personalidad empírica con el fluir de la conciencia. Que se puede ir más lejos, lo mostró la psicología posterior, ante todo Th. Lipps, como vimos en el anterior capítulo.
Consideremos ahora el Yo empírico. James no dice que hace del Yo empírico un Yo empírico, y sólo parece admitir, tácitamente, que el fundamento de esto es su relación con el Yo cognoscente. Más tarde demostrará que el Yo cognoscente es precisamente un aspecto de aquel mismo Yo y que en virtud de este aspecto la personalidad se forma. James comienza la discusión de este problema indicando la extensión del Yo empírico. Esta extensión no es fácil de determinar; si somos exigentes, nuestro cuerpo mismo no parece pertenecer a nuestro Yo. ¿Cuántos místicos, dice James, han estimado que su cuerpo era una cárcel y un enemigo del alma? Si somos, por el contrario, poco exigentes, nuestros trajes, nuestro medio, parecen formar parte de nuestra personalidad, ya que nuestra vida se halla relacionada con ellos íntimamente. Así, el único criterio para reconocer un elemento de la personalidad empírica parece ser, para James, la dependencia por parte de nosotros, de un determinado hecho. Así, dice: «se ve, pues, hasta qué punto es indeciso el objeto de este estudio; la misma cosa puede ser considerada como integrante del Yo, como mía, y, a su vez, como completamente extraña a mí y en relación conmigo... Sin embargo, en el sentido más amplio de la palabra Yo, ést comprende todo lo que un hombre puede llamar suyo; no sólo su cuerpo y sus facultades psíquicas, sino también sus vestidos, su casa, su mujer y sus hijos, sus antepasados y sus amigos, su reputación, sus obras, sus campos y sus caballos, su yate y su cuenta corriente en el Banco. Todos estos objetos le causan las mismas emociones, ya que no los mismos grados de emoción; él se vivifica cuando aquéllos prosperan, y se anonada cuando aquéllos perecen y mueren». Desde este punto de vista distingue James:
1. Yo material.
2. Yo social.
3. Yo mental.
En cuanto al Yo material, el elemento central suyo es el cuerpo, del cual unas partes están más relacionadas con él que otras. Pertenecen además a este Yo los vestidos, nuestra familia, nuestro hogar, nuestras obras, etc. Como se ve, la determinación del concepto es absoluta. El Yo social «es la consideración que un hombre obtiene de su medio». En su modo de ser, el individuo depende de su medio; así, un hombre tiene tantas personalidades sociales como medios a que pertenece. Por ejemplo: el director de una prisión tiene un Yo dulce en su casa, y una personalidad áspera en la cárcel. Ejemplo de lo mismo lo tenemos en expresiones como ésta: «Como hombre, os compadezco; como funcionario, me sois indiferente».
«Por Yo mental, en la medida que pertenece a nuestra personalidad empírica, no entiendo uno u otro de los estados mentales que atraviesa nuestra conciencia, sino más bien el conjunto de todos esos estados totalizados, nuestras facultades y nuestras tendencias psíquicas consideradas como una realidad consciente. Este conjunto puede servir en cada instante de objeto a nuestro pensamiento y darnos emociones análogas a las que despiertan los otros elementos de nuestro Yo empírico». Se distingue de ellos por el privilegio de sernos interior. En cuanto a la interioridad, distinguimos en el YO espiritual diferentes aspectos. El más externo es la percepción e imaginación. Más profunda es ya la vida emotiva. Por último, lo más hondo es el sentimiento de actividad. La jerarquía de los Yo empíricos es también una jerarquía ética.
Parece, en la observación de nosotros mismos, que existe detrás de este Yo empírico un sujeto siempre idéntico que conoce toda aquella personalidad empírica suya. ¿Hay que suponer entonces, quizá, una personalidad oculta y trascendente, además de aquella empírica y que aparece ante nuestra investigación? Las soluciones que se han presentado en la historia de la filosofía son dos. Para unos, existe realmente aquel Yo puro oculto, trascendente y permanente; es el alma sustancial. Para otros, este Yo idéntico y permanente se confunde con la corriente de la conciencia. James se decide por el segundo punto de vista, a saber: el Yo puro y el Yo empírico son en el fondo lo mismo. El problema, pues, está en explicar la coincidencia de estos dos Yo. Para ello es preciso antes explicar la identidad, la permanencia del Yo puro, en la corriente de la conciencia, que parece su nota distintiva e irreductible. Así dice James: «Cada uno de nosotros tiene inmediatamente conciencia de lo que se entiende por Yo: una realidad idéntica consigo misma, y esto constantemente. Precisamente dicha experiencia es la que ha conducido a la mayor parte de los filósofos a postular detrás del estado de conciencia que transcurre, una sustancia que permanece y de la cual aquél no sería más que una modificación, un agente permanente de la cual aquélla no sería más que un acto. Este agente seria el pensador; emplearía el estado de conciencia como un mero instrumento, como un simple medio. Alma, Yo trascendente, espíritu, etc. son nombres que expresan la realidad sustraída al fluir de la conciencia».
Según James, como acaba de indicarse, el primer paso que tenemos que dar es examinar qué entendemos por esta identidad. Se trata meramente, nos dice, de un juicio acerca de una identidad que nada tiene de misterioso y es análogo a otros tantos juicios acerca de identidades. «Yo soy el mismo que ayer» es un juicio de la misma clase que «esta planta es la misma que vi ayer». Así, pues, la identidad que afirmamos de nosotros mismos nada tiene de misterioso, y el problema, aquí como allí, se reduce a mostrar por qué el juicio de identidad es verdadero o falso, o cuál es su base.
Será, pues, necesario buscar en la corriente de la conciencia un elemento constante a que pueda referirse la identidad, y no se procede aquí de otro modo que en cualquier otro dominio donde llamamos idéntico un objeto por la constancia de ciertos elementos en él. En el Yo empírico no parece difícil, a primera vista, hallar algo constante; hay, es verdad, cambio, pero no dejan sin embargo de presentarse elementos comunes: los recuerdos. Existe sobre todo un elemento constante que constituye lo más hondo de nuestra personalidad empírica: el sentimiento de actividad. Éste se da unido a la representación de nuestro cuerpo. El núcleo, pues, de la identidad del Yo es la experiencia de actividad. Todo fenómeno pertenece al Yo porque está teñido, por decirlo así, por ese sentimiento de actividad.
2.4. EL SENTIMIENTO DE ACTIVIDAD,
Si da razón del Yo idéntico, no la da del sujeto que conoce. Más el conocer no es otra cosa que el momento actual de la conciencia que se refiere al momento pasado y le estima como suyo. El momento presente, cada pulsación presente, se apodera del pasado. Como dice James, el Yo se apodera del Mí. El conocer actual estima como suyo el recuerdo mediante el sentimiento de actividad.
2.4.1. EL CONCEPTO DEL YO PURO ES,
Pues, doble. Por una parte, significa el sentimiento constante de actividad; por otra, el conocimiento en cada momento presente del momento anterior pasado. El Yo puro no es más, pues, que el núcleo del Yo empírico.
2.5. LA PSICOLOGIA DE LA RELIGION.-
En cuanto al Yo material, el elemento central suyo es el cuerpo, del cual unas partes están más relacionadas con él que otras. Pertenecen además a este Yo los vestidos, nuestra familia, nuestro hogar, nuestras obras, etc. Como se ve, la determinación del concepto es absoluta. El Yo social «es la consideración que un hombre obtiene de su medio». En su modo de ser, el individuo depende de su medio; así, un hombre tiene tantas personalidades sociales como medios a que pertenece. Por ejemplo: el director de una prisión tiene un Yo dulce en su casa, y una personalidad áspera en la cárcel. Ejemplo de lo mismo lo tenemos en expresiones como ésta: «Como hombre, os compadezco; como funcionario, me sois indiferente».
«Por Yo mental, en la medida que pertenece a nuestra personalidad empírica, no entiendo uno u otro de los estados mentales que atraviesa nuestra conciencia, sino más bien el conjunto de todos esos estados totalizados, nuestras facultades y nuestras tendencias psíquicas consideradas como una realidad consciente. Este conjunto puede servir en cada instante de objeto a nuestro pensamiento y darnos emociones análogas a las que despiertan los otros elementos de nuestro Yo empírico». Se distingue de ellos por el privilegio de sernos interior. En cuanto a la interioridad, distinguimos en el YO espiritual diferentes aspectos. El más externo es la percepción e imaginación. Más profunda es ya la vida emotiva. Por último, lo más hondo es el sentimiento de actividad. La jerarquía de los Yo empíricos es también una jerarquía ética.
Parece, en la observación de nosotros mismos, que existe detrás de este Yo empírico un sujeto siempre idéntico que conoce toda aquella personalidad empírica suya. ¿Hay que suponer entonces, quizá, una personalidad oculta y trascendente, además de aquella empírica y que aparece ante nuestra investigación? Las soluciones que se han presentado en la historia de la filosofía son dos. Para unos, existe realmente aquel Yo puro oculto, trascendente y permanente; es el alma sustancial. Para otros, este Yo idéntico y permanente se confunde con la corriente de la conciencia. James se decide por el segundo punto de vista, a saber: el Yo puro y el Yo empírico son en el fondo lo mismo. El problema, pues, está en explicar la coincidencia de estos dos Yo. Para ello es preciso antes explicar la identidad, la permanencia del Yo puro, en la corriente de la conciencia, que parece su nota distintiva e irreductible. Así dice James: «Cada uno de nosotros tiene inmediatamente conciencia de lo que se entiende por Yo: una realidad idéntica consigo misma, y esto constantemente. Precisamente dicha experiencia es la que ha conducido a la mayor parte de los filósofos a postular detrás del estado de conciencia que transcurre, una sustancia que permanece y de la cual aquél no sería más que una modificación, un agente permanente de la cual aquélla no sería más que un acto. Este agente seria el pensador; emplearía el estado de conciencia como un mero instrumento, como un simple medio. Alma, Yo trascendente, espíritu, etc. son nombres que expresan la realidad sustraída al fluir de la conciencia».
Según James, como acaba de indicarse, el primer paso que tenemos que dar es examinar qué entendemos por esta identidad. Se trata meramente, nos dice, de un juicio acerca de una identidad que nada tiene de misterioso y es análogo a otros tantos juicios acerca de identidades. «Yo soy el mismo que ayer» es un juicio de la misma clase que «esta planta es la misma que vi ayer». Así, pues, la identidad que afirmamos de nosotros mismos nada tiene de misterioso, y el problema, aquí como allí, se reduce a mostrar por qué el juicio de identidad es verdadero o falso, o cuál es su base.
Será, pues, necesario buscar en la corriente de la conciencia un elemento constante a que pueda referirse la identidad, y no se procede aquí de otro modo que en cualquier otro dominio donde llamamos idéntico un objeto por la constancia de ciertos elementos en él. En el Yo empírico no parece difícil, a primera vista, hallar algo constante; hay, es verdad, cambio, pero no dejan sin embargo de presentarse elementos comunes: los recuerdos. Existe sobre todo un elemento constante que constituye lo más hondo de nuestra personalidad empírica: el sentimiento de actividad. Éste se da unido a la representación de nuestro cuerpo. El núcleo, pues, de la identidad del Yo es la experiencia de actividad. Todo fenómeno pertenece al Yo porque está teñido, por decirlo así, por ese sentimiento de actividad.
El sentimiento de actividad, si da razón del Yo idéntico, no la da del sujeto que conoce. Mas el conocer no es otra cosa que el momento actual de la conciencia que se refiere al momento pasado y le estima como suyo. El momento presente, cada pulsación presente, se apodera del pasado. Como dice James, el Yo se apodera del Mí.
El conocer actual estima como suyo el recuerdo mediante el sentimiento de actividad.
El concepto del Yo puro es, pues, doble. Por una parte, significa el sentimiento constante de actividad; por otra, el conocimiento en cada momento presente del momento anterior pasado. El Yo puro no es más, pues, que el núcleo del Yo empírico.
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